«¿Adónde vamos?»: los músicos de Afganistán huyen de dos mundos hostiles
23 enero, 2025
Amjad Ali
Islamabad/Kabul, 23 ene (EFE).- El regreso de los talibanes al poder en Afganistán en 2021 no solo significó el fin de un gobierno sino también la imposición de un silencio forzado sobre una vibrante escena musical. La música, una vez expresión de alegría, duelo y resistencia, fue declarada «antiislámica», obligando a miles de artistas a huir.
Pero incluso en el exilio, la persecución continúa, especialmente en Pakistán, donde las deportaciones amenazan con devolverlos al mismo régimen que los silenció.
Durante su primer Gobierno (1996-2001), impusieron una estricta interpretación de la ley islámica que proscribió casi toda forma de música, considerándola una distracción de la devoción religiosa y fuente de «corrupción moral».
Con su retorno al poder en 2021, estas restricciones se reinstauraron, sumiendo a la comunidad musical en un nuevo período de silencio y persecución.
El Ministerio de Propagación de la Virtud y Prevención del Vicio de los talibanes se ha encargado de hacer cumplir esta prohibición con mano dura.
Según un informe del año pasado, realizaron más de 68.979 visitas a salones de bodas, hoteles, restaurantes, clubes deportivos y vehículos para evitar la interpretación de música. Además, anunciaron la destrucción de 21.328 instrumentos musicales.
Los talibanes controlan el entorno para detectar cualquier rastro de música prohibida, declarando ilegal tocar, escuchar y producir cualquier tipo de melodía.
Naseer Maroof (pseudónimo), un cantante popular durante el anterior gobierno, ahora trabaja como taxista en Kabul. «Como todos sabemos, la música está estrictamente prohibida. Desafortunadamente, mis instrumentos fueron destruidos en un registro de mi casa», relata a EFE.
Ni siquiera en su taxi se atreve a escuchar música. «Ahora que soy taxista, no tenemos otra opción, alimentar a los niños y a la familia también es nuestra responsabilidad», añade con resignación. El temor al castigo es constante: «No quiero que me cuelguen instrumentos musicales del cuello y los exhiban en público como castigo por tocar música», confiesa, recordando imágenes difundidas en redes sociales de este tipo de humillaciones.
Haroon, un músico que también permanece en Kabul, se dedica ahora a vender patatas para sobrevivir. «Actualmente, las bodas y las fiestas están silenciadas, la música está prohibida», dice a EFE, evocando un pasado reciente donde «había entretenimiento, música y una vida feliz en Afganistán».
El falso santuario
La toma de Kabul en 2021 generó una nueva ola de refugiados, estimada en más de 600.000 personas, que buscaron refugio principalmente en Pakistán, país que desde la invasión soviética de 1979 ha albergado a millones de afganos.
Entre ellos, miles de músicos, cantantes y otros artistas. Sin embargo, la promesa de un santuario seguro en Pakistán se ha visto socavada por una creciente crisis humanitaria y la instrumentalización política del estigma que asocia a los afganos con la inseguridad, justificando políticas restrictivas y deportaciones.
Desde finales de 2023, más de 800.000 afganos han sido expulsados. En este limbo, los músicos afganos en Pakistán viven una doble condena: la persecución talibana en su tierra natal y la amenaza constante de deportación en su exilio.
Hashmat Omid, un popular cantante afgano, personifica esta lucha. Tras huir de Kabul con su familia, pagando una considerable suma a traficantes para cruzar la frontera tras la denegación de su visado, encontró en Peshawar un precario refugio. Allí, en un pequeño estudio, intenta mantener viva la tradición musical afgana.
«Está prohibida (la música) en Afganistán, pero nos esforzamos por mantenerla viva, es parte integral de nuestra cultura», declara a EFE con nostalgia.
Su estudio se ha convertido en un oasis de creatividad y un sustento para su familia, pero la sombra de la deportación se cierne sobre él constantemente. «Vivir allí (en Kabul) era demasiado peligroso, pero vivir aquí es un estrés constante», confiesa Omid, relatando el hostigamiento policial y las amenazas de cierre de su estudio.
El impacto de la prohibición talibana se extiende también a la educación musical. El Instituto Nacional de Música de Afganistán (ANIM) ha visto a muchos de sus estudiantes dispersarse por el mundo.
«Cuando el instituto cerró, más de 1.000 estudiantes aprendían música allí. Ahora más de 200 de ellos se han trasladado a Portugal, donde están intentando rehacer su escuela», explicó Omid que asegura haber perdido contacto con ese grupo de refugiados.
Shadab Manawar, un joven músico de 18 años, se refugió al igual que Omid en Peshawar tras ser amenazado por su pasión por la música.
Los talibanes «me agarraron por el pelo y me dijeron que empezara a cantar Naat (poemas de alabanza al profeta Mahoma) o que abandonara el país», relató a EFE Manawar, desde Pakistán donde ahora teme por la deportación.
«La policía no nos perdona aquí, y los talibanes no nos perdonan allí, ¿adónde vamos?», se pregunta.
Una reciente orden del Tribunal Superior de Peshawar, que suspende temporalmente la repatriación de más de 150 músicos afganos mientras se evalúan sus solicitudes de asilo, ofrece un breve respiro en esta angustiante situación.
Omid estima que más de 200 músicos, cantantes y artistas, junto con sus familias (alrededor de 700 personas), malviven en Peshawar, aferrándose a la esperanza de un reasentamiento en un tercer país. EFE
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