Escribano se lleva el protagonismo, y el toro, de una «miurada» sin leyenda
 04 octubre, 2021
Sevilla, 4 oct (EFE).- El sevillano Manuel Escribano, que cortó las dos orejas al único toro realmente bravo del encierro, se llevó el protagonismo ante una corrida de Miura que no respondió, ni por presentación ni por juego, a la leyenda de la divisa, esa que daba especial morbo a la presencia en el cartel de Morante de la Puebla.
Pero el interés fue decayendo a cada golpe de cerreojo de la puerta de chiqueros, en cuanto fueron saliendo, uno a uno, los seis ejemplares del hierro de la A coronada, escurridísimos de carnes, huesudos, largos, altones, con trazas de erales grandones y mal alimentados, lo que, añadido a su falta de raza, sin duda contribuyó a su ausencia de empuje en las distintas fases de la lidia.
De la quema solo se salvó el segundo, menos altiricón pero de viga más larga que sus hermanos, y que rompió a embestir con una considerable profundidad en cuanto Manuel Escribano, que lo recibió de rodillas a portagayola y lo banderilleó de trámite y con escaso lucimiento, le presentó la tela roja de su muleta y le instrumentó dos pases cambiados en los medios.
Acudió galopando el de Miura con ritmo y entrega para después repetir más y mejor a medida que el diestro sevillano le iba templando y equilibrando en muletazos lineales, hasta conseguir así sacarle dos soberbias series con la derecha, de mando, temple y largo trazo, a las que respondió cabalmente el animal.
No sucedió lo mismo por el lado izquierdo, cuando la faena bajó radicalmente de nivel, pero la emoción volvió a aflorar en el momento en que, ya, a menos, el toro y quizá por quedar el torero al descubierto en una racha de viento, el «miura» se lo echó aparatosamente a los lomos, aunque sin llegar a herirle.
Y del sobresalto se pasó casi al momento, y tras una estocada contundente, a la concesión de esa dos orejas, un tanto benévolas, que dejaron el triunfo y el protagonismo de la tarde a un Escribano que hace ya unos años relanzó su carrera en otra tarde de «miuras».
Lo de Morante fue otra cosa, aunque no con el toro salinero que abrió plaza, otro novillote flacón que, medido de raza y de celo, se movió pajuno para que la estrella del cartel dejara con él unos cuantos detalles de su arte, con el capote -un brillante quite de dos verónicas y media- y con la muleta, poniendo la chispa, sin apenas apuros, al soso comportamiento de un animal que nunca humilló.
Ese iba a ser el primero, y de momento el único toro de «miura» en su larga carrera, pues el cuarto, una auténtica raspa, fue devuelto por inválido para que en su lugar saliera un sobrero de Vírgen María, de sangre Domecq, de más cuajo y trapío que todos los de la divisa histórica, aunque de similar descastamiento.
Tampoco quiso entregarse este castaño, siempre a punto de rajarse y que tomó rebrincado y protestón los primeros muletazos de un Morante que, vestido hoy también con extravagancia, se dio a un trasteo paciente, confiado en su solvencia y en su capacidad de improvisación, para robarle también unas cuantas estampas de torería y pellizco.
Entre los pases fundamentales y una larga variedad de adornos con que salpicó la lidia del mansote, el de la Puebla volvió a disfrutar del calor de un público entregado de manera incondicional tras su actuación del pasado viernes. Y que le hubiera dado una segura oreja de no haber caído baja la espada en la estocada recibiendo con que mató a ese sobrero a favor de la querencia de chiqueros.
Con los otros tres de Miura apenas hubo más, pues Escribano no pudo redondear con el descastado quinto y su paisano Pepe Moral no logró pasar de tesonero y correcto en sus largos empeños ante la absoluta falta de raza y emoción de su lote, tan lejos de la leyenda terrible de una ganadería que hoy ni la recordó. EFE.